domingo, 18 de octubre de 2009

Las groupies en la literatura



La historia es bastante simple, aunque no por ello triste. Adviértase luego que, lejos de querer glorificar épocas, el motivo de este breve post se sirve como moraleja para algún incauto. Érase una vez, una rolliza estudiante de la universidad San Marcos que dedicaba sus noches insomnes a pensar cómo diablos hacer para ser estimada en el mundano universo de la literatura limeña. Joven, aplicada, pretenciosa, juzgavidas y calavera, creyó que tal vez las prácticas sexuales serían un estimulante camino que le depararía mejores frutos académicos. Y pudo tener razón; y pudo, además (y creo que lo está consiguiendo)alcanzar más razones para continuar en este ejercicio de entrepiernarse, aunque los frutos no hayan sido académicos, sino de cerebros quemados y desperdicios en el tranvía ovárico. Así, acudiría a presentaciones de libros literarios, a jornadas literarias, a entrevistas con escritores, a after shows donde el alcohol y la reducción moral es una postura obligatoria. En resumen: era la eterna groupie de cuanto evento académico se diera no solo en Lima, sino en su tierra natal (no digo el departamento, porque sería ya muy osado); aunque acá en la gran ciudad empezaría a ganarse de una fama de groupie que, creo, ni ella misma lo sabe. No puedo decir si continúa en sus prácticas; sin embargo, sí puedo decir que ella no es la única. Puedo decir además que siempre pensé que la academia reducía la vida licenciosa, pero lo único que hace es exacerbarla. Ergo: si tuviera alguna hija y entrara a la universidad, sería tan peligroso para mí como mandarla a la cárcel de mujeres.

Sé que toda esta reflexión es como construir un barco con papel de arroz. Sé que toda esta monserga no lleva a mucho (lo que digo ahora lo deben de saber casi todos los chicos y chicas universitarios), sin embargo, me parece curioso estar viendo esta conducta ahora que ya no soy estudiante universitario. De hecho, siempre fui un estudiante casi incógnito y mi círculo de amigos literatos era bastante reducido y forzadamente misógino. No habían mujeres, bebíamos mucho, cuando íbamos a discotecas nos sentíamos avergonzados, no asistíamos a ningún evento literario y menos aún, alguien nos invitaba a fiestas de literatos. Personalmente, me sentía raro ver cómo otros compañeros de aula tenían chicas a disposición y yo que siempre terminaba tomando en el mismo bar, con el mismo pata de siempre, hablando de lo que siempre anhelamos y no teníamos: mujeres. Bueno, para volver a esto de las groupies, yo recién descubrí las fiestas con literatos y con groupies (generalmente universitarias obnubiladas por su admiración a algún escritorzuelo o ensayista de cierto prestigio)desde hace dos años y no fue nada placentero sino escatológico. Recién pude observar de dónde salían, por qué lo hacían, con quién terminaban, y a qué se debía esa fama. Recién las conocí y vaya que no se reducen a una universidad y sí a varias.

Para variar: el fin de un evento literario en una universidad nacional limeña (prefiero no poner nombres, tampoco, aunque me muero de las ganas para que los chicos de esa universidad estén advertidos). Salimos en tropel; profesores, homenajeados en el evento, estudiantes devotos de esos profesores y de los homenajeados, paracaidistas gorrones de alcohol y, como siempre, las groupies. Su trabajo, como ya deben de saberlo muchos (yo soy uno de ellos), es sencillo. Bailan, toman, besan, y finalmente, se despiertan a tu lado y se visten sin escrúpulos. Eso sí: algo importante debes haber hecho para merecer su atención (sino, no serían groupies). Primero, mi caso: olvidemos a la groupie ejemplar que vino de tierras provincianas y afinquemos ahora en Lima, con una joven menor, con enamorado, a quien conocí en una de esas fiestas y que ahora visito cada cierto tiempo. Segundo, el caso del evento literario en la universidad nacional limeña: lo abrazó, lo besó, y se acostó. No sé cómo se llama (ni es importante) pero me recordó la primera vez que me acosté con una de ellas y lo fúnebre (y, está bien, estúpido) que es creer que este subgénero nocturno puede llegar a enamorarse. A lo más, se interesan un tiempo breve y luego su "radar love" les indica ahora el siguiente paso en su escalera de admiración. Es decir -para incidir en esto de su objeto de deseo-, puede ser un profesor; un estudiante riquillo, joven y con dinero; un escritor que acaba de publicar un libro o un crítico que acaba de llegar de Europa, etc. Lo más trágico, en todo caso, es que ellas pronto pueden sentenciar sus efímeros gustos y quedarse enganchadas forzadamente con su "hombre admirado" y todo por la presencia imprevista de una cigüeña que el preservativo (o la falta de él, mejor) no pudo evitar. Aún así, y a pesar de lo dicho, ellas no aprenden. Sé que hay "groupies" para todos los campos académicos y todas las esferas sociales (es más, el término "groupie" es oriundo de las "fans" que seguían en caravanas a sus bandas de rock favoritas para luego, terminar en un hotel con ellos) y sé que no se extinguen. Las seguiré viendo toda vez que acabe una presentación de libros, de eventos literarios, etc. y luego se camine hacia algún bar, aunque ahora lo que me producen es bostezo porque sé que siempre están por ahí, esperando dar el paso correcto, el vaso correcto, la persona indicada, aunque con ese afecto que apenas y dura un par de semanas. Siempre están ahí; intentando recuperar su autoestima sobre la base del sexo y las relaciones pasajeras; siempre están y espero que sigan estando por el bien de nosotros, el "sexo fuerte", aunque para ellas sea el estigma de una reputación que muchas veces, como quien arroja la espuma final de la cerveza en el vaso, acaba en el suelo.