miércoles, 16 de febrero de 2011

El cine Junín



Yo he vivido en el distrito de San Martín de Porres desde el día que nací hasta hoy, que tengo casi 35 años. Espacio sinuoso, de bullicio, de microbuses y peatones impenitentes, de lejísimos aviones atronadores, de pasacalles durante sus festividades patrias, de húmedo calor en el estío, de lluvias prolongadas en el invierno, de acuarelas en el cielo caprichoso de primavera, o aplastante molicie en las tardes luego del almuerzo otoñal. He vivido en este distrito y, lejos de avergonzarme (como muchos pequeños sobrinos que conozco, quienes prefieren decir que son de El Callao o Los Olivos, pero nunca de este lado del Cono Norte) no puedo dejar de recordarlo ahora que la nostalgia me abruma.

Y de esto que despierta mi nostalgia tampoco puedo desligarme (y más bien los persigo como incesante señuelo); o sea, de sus antiguos y populosos lugares de diversión dominical: los parques del barrio, donde se suelen reunir las familias los domingos para tomarse fotos; las iglesias de la avenida Perú, donde las familias llegan a las siete de la noche; los mercados, para degustar el desayuno de chorizo o la comida marina, y finalmente, como hasta hace poco lo conseguía, su recordado cine: el Junín.

De este cine de barrio, puedo decir que la primera vez que llegué a sus instalaciones -y de esto mi memoria tiene la total libertad para engañarme o no- fue con papá, Bruno y Chino, en microbuses empachados de gente donde íbamos prácticamente colgados del estribo. ¿La función que empujaba a ese aventura?: "Operación Dragón", con Bruce Lee. No recuerdo ya toda la película, aunque conservo todavía gratos recuerdos de su proyección pese a sus interrupciones y momentos de desconcertante silencio (no sabíamos que los proyectores apenas tenían un carrete de celuloide a disposición, mientras los motociclistas llegaban apurados y tarde con los otros carretes de la película), cuando la función dejaba de emitirse y las luces de la sala se prendían, entre silbidos e insultos. Casi siempre era así, y ya teníamos que acostumbrarnos a este improvisado programa. Como también debíamos acostumbrarnos a comprar boletos para "mezanine" (por lo barato del costo), subir ansiosos las escaleras para coger asiento en las primeras filas, sentarnos en largas filas de asientos de cemento, arrojar los restos de canchas y golosinas a los riquillos de "platea", y entrar con las narices tapadas a sus baños llenos de frases y dibujos de corte sexual. Sin embargo, todo eso se diluía a medida que las enormes cortinas doradas y amarillas -con el sonido del himno nacional del Perú- descubrían el hermoso y blanquecino écran. Las luces se apagaban, los anuncios de las tiendas comerciales aparecían, los conocidos trailers y teasers (que en esa época llamábamos "avances") nos hacían prometer volver de nuevo... y todos mudos.

Como buen cine de barrio era sencillo acudir a él. Incluso, los sábados y particulares cuando mi papá no podía (a mamá poco le importaba este tipo de entretenimiento), Chino, mi hermano mayor, ya podía hacerse responsable de nosotros, pues aunque yo no hacía problemas, Bruno era, literalmente, incontrolable. Como buen hermano menor, se aburría a media proyección -que el baño, que la gaseosa, que el sueño-, corriendo y gritando por la mezanine entre rechiflas, y que por culpa suya mis padres, cuando bebé, tenían que dejar la película a la mitad. Sin embargo, Chino encontraría su propia solución a tal inquietud tempranera: cuando fuimos a ver "Gregorio", del grupo Chasky, simplemente amarró a Bruno con un chompa atada a su mano y santo remedio.

Así, romper el yugo paternal fue todo un acontecimiento, pues ya podíamos salir cualquier día de la semana, siempre y cuando haya dinero, sin que haga falta la presencia de mi papá (mamá bostezaba y nos daba unas monedas). Gracias eso, tuve la inmensa suerte de ver películas que ahora se glorifican en el DVD, y yo sin la menor idea en esa época. "Aliens", de James Cameron; "Los cazadores del arca perdida", de Spielberg (y conociendo al doctor Indiana Jones); "Rocky IV", de Stallone (recuerdo a mi tío Freddy y a mí haciendo vivas por Rocky y arrojando moco y babas a Ivan Drago, en plena guerra fría USA vs. URSS, mientras Chino se molestaba conmigo y me callaba); "El regreso del Jedi", de Marquand (aunque el director en las sombras fuera George Lucas); "La historia sin fin", de Petersen (con su cancioncita electrónica intro de Limahl para la edición americana, pues la original, la alemana, tenía como intro una orquestación sinfónica); el ya referido "Gregorio", del grupo Chasky (aunque el director en sí fuera Alejandro Legaspi, el papito de Julián), etc.

Aún así, con el avance de los años, y yo entrando a la adolescencia (específicamente a los 13 años), me resultaba absurdo y aburrido depender de mi hermano mayor -avergonzado este de hacerla de niñera- al que estaba a su total merced cuándo ir o no al cine. A veces tenía que salir a estudiar (tenía él 17 años), a hacer compras, conversar con algún amigo, o simplemente porque no le daba la gana de ir conmigo o porque no quería ir. Como sea, harto de sus antojos, le pedí a mi mamá que me dejara ir al cine Junín por mis propios medios. "Si tu hermano no puede, no". Y yo, mortificado. "Si ni siquiera sabes tomar el microbús". Y yo, ridiculizado. "Ni siquiera sales a comprar el pan". Ahí tenía razón. Sin embargo, y viendo que era hora de dejar salir al pajarillo del pezón materno, conseguiría un peculiar triunfo cuando mamá aceptara mi petición. "Levantas la mano y paras la 70 -el ómnibus que me llevaba al cine-; luego, le das este sencillo", me diría un poco preocupada, mientras yo me lavaba la cabeza y me fijaba luego en el "listin cinematográfico" del periódico. ¿La película? Bueno, lo importante era la manumisión y, fundamentalmente, y desde ese momento, ir al cine cuando yo lo desee. ¿La película? "Los cazafantasmas 2" (se anuncia pronto la tercera parte, siempre y cuando Bill Murray acepte).

Lo que vendría luego sería para mí, con toda razón, la época dorada al lado del cine Junín. Acotemos que era difícil para un cine de barrio reunir películas de "autor", ya que perteneciendo a un circuito marginal, este tipo de cine apenas y proyectaba los residuos de los cines principales limeños; por ello, casi todas (por no decir, todas) sus películas emitidas eran descaradamente comerciales. Sin embargo, bien puedo dar fe de haber disfrutado mucho de ese cine al que llaman "para comer cancha". Así, reuniendo las propinas del colegio, solitario, en el "mezanine", llegando siempre puntual (cosa rara en mi vida), yendo sobre todo los lunes, con las butacas de cemento casi vacías, con los espectadores adormilados, con esas proyecciones que pasaban las películas sin sonido en los minutos finales, con la programación alterada (así, por ejemplo, una vez fui a ver una película de Chuck Norris y al momento de la proyección lo que vi fue la estupenda comedia de Blake Edwards "La fiesta inolvidable", con el genial Peter Sellers), y regresando a casa caminando, pensando en los problemas de la vida a esa edad, disfruté de películas como "Mi pobre angelito", de Columbus; "Batman", de Tim Burton; "New Jack City", de Van Peebles (con un jovencísimo Wesley Snipes); "Terminator 2", de Cameron (el cambio en los FX del cine a partir de los 90 se dio con esta película); "La lista de Schindler", de Spielberg (la recuerdo con mucho cariño, pues al regresar caminando, me asaltaron y me robaron mi dinero y mi casaca deportiva); "Alien 3", de David Fincher (pensando en por qué demonios no encontraba a la chica que tanto me gustaba en esas butacas iluminadas), etc.

Con todo, pasaron los años, la década de los 90 precisamente, y ya no pude acudir como quisiera. Primero, una enfermedad tropical que me tumbaría en la cama por casi un año; luego, apenas entrado a la universidad, mis padres se divorciarían, y finalmente, la quiebra financiera de este cine, siendo reemplazado por un gigantesco tragamonedas. Recuerdo haber pasado por ahí con ansias para olvidar alguna clase desaprobada en la universidad, y lo único que lograba ver era soniditos de máquinas de colores, mujeres gordas alborotadas, y cientos de globos. Sin embargo, años más tarde, producto tal vez del ánimo de recuperar antiguas épocas, al finalizar el siglo XX, el cine Junín sería reabierto y, con ello, los microbuses volverían a ver las interminables colas que se formaban en los alrededores de sus instalaciones. El siglo XXI volvería a ver, así, estos espectáculos de colas que se formaban antaño, y todo para ver la versión recut de "El exorcista", de Friedkin; "Matrix Reloaded", de los hermanos Wachowski (uno de ellos ahora se ha vuelto transexual); "Spiderman", de Sam Raimi; la saga de "El señor de los anillos", de Peter Jackson (proyecciones a las cuales yo acudía ebrio, pues se estrenaban luego de las fiestas de fin de año); "King Kong", de Jackson también (recuerdo a mi amigo Arturo, triste y enfadado en su butaca, pues se había suspendido la función porque se malograría el proyector), "Ocean Twelve", de Soderbergh (película que vi un sábado, literalmente sin nadie en el cine), "X Men", la I y la II, de Singer (recuerdo la segunda parte, pues regresaba de sacarme un diente del odontólogo y pensaba que la carrera universitaria elegida, Literatura, no me serviría para buscar trabajo); "Duro de matar 4", de Wiseman (al día siguiente del terremoto de 2007, con cinco personas más); "2012", de Emmerich (al que acudí a ver para celebrar mi licenciatura en mi carrera) y la última película que vi en el Junín, "El origen", de Nolan (película que tuve que ver con mi novia luego en el DVD, porque no la entendí). Así, el Junín estaba ahí; a la espera de que me saque de mi claustro escolar los días particulares, o la piense como bálsamo toda vez que la vida me resultara agobiante.

Siempre que regresaba del trabajo, la veía tan cerca, tan familiar; incluso, con su nueva estructura, con su boletero serio, repartiendo sus tickets rosados (los que todavía conservo como una forma de souvenirs), y sus vendedores de cancha y golosinas en las afueras. Sin embargo, la gente pronto dejó otra vez de ir. Dicen que por lo barato, porque da vergüenza ir a un cine así habiendo los nuevos multicines, más bonitos y modernos, en lugares nices como Miraflores y San Isidro; porque el sonido era horrible y las nuevas generaciones ya no toleran que haya siquiera una interrupción de la proyección; porque dicen que se siente ridículo que lo vean a uno con su enamorada o enamorado en la cola; porque es mejor comprar un DVD en el mercado del barrio.

Ahora está cerrada nuevamente; con un breve cartelito de "Se alquila", anunciando su extinción. Por ahora no está; aunque sé que en algún momento, ojalá, alguien la reabra. Ahora que ya no está mi hermano mayor para llevarme, quisiera que él estuviera aquí para ir juntos; que vuelva de la muerte para regresar juntos a la casa, mientras mamá nos espera con la comida servida, feliz porque papá veía televisión junto a ella, y mientras yo le contaba la película que habíamos visto.

Para decirles que también somos lo que perdimos.