Terminé la charla y Halcón seguía mirando su laptop.
- ¿Alguna pregunta? -dijo, sin mirar a nadie, breve y con mueca de enojo.
Años atrás, de manera imprevista, me señaló con el dedo y tuve que responder.
-¿Sabes qué? -mirando a todos los alumnos-. Esa lectura que has hecho es errónea.
De
la misma manera que en aquella oportunidad, ahora, quedé pensativo y
mortificado, silente y reflexivo. Me acerqué a Halcón, qué pasó
realmente, quien me miró con rudeza. "Trabaja", me dijo. "¿Leíste mis
observaciones a tu ensayo?". Sí, por supuesto. "Trabaja, entonces". Le
di la mano. Mis compañeros se acercaron a la salida, bromistas ellos,
mientras Lenin hablaba. "Abarcaste mucho, camarada". De regreso a casa,
el bus repleto, taxi en plena avenida.
Mi esposa me besa y me mira a los ojos: "¿Qué te pasa?".
-No sirvo para estas cosas.
La
mañana siguiente, previo Xanax, me ofreció otras luces. Entré al aula y
saludé a los alumnos entre el ruido propio de su edad y la llegada
apurada del Normativo. Dejó los materiales sobre el pupitre y
conversamos unos minutos. "Mira, hacemos esto, esto y terminamos la
clase. Realmente, estoy cansado. La maestría en la universidad me tiene
así, alterado". Empieza la sesión y los jóvenes se reúnen en grupos.
Converso de cerca con ellos, observo sus errores más evidentes, intento
explicarles, razonamos en conjunto. Una hora después, con los trabajos
supuestamente culminados, el Normativo habló en plena clase. "Chicos,
mañana tenemos evaluación. Quiero que traigan solo el diccionario. Nada
de papeles innecesarios ni equipos electrónicos y...". Varios murmullos
en el aula y el Normativo me mira fastidiado. "Chicos, mañana tenemos
evaluación. Quiero que...". Al fondo, una rubilinda observa su
dispositivo móvil y otros hablan sobre sus clases de notas y arpegios.
"Chicos...". El Normativo me observa y respira. "Bueno, ya no les digo
nada. Vean ustedes". El aula enmudece. Me llaman desde varios puntos y
me acerco circunspecto. "Douglas, ¿qué dijo el profesor?". Les pedí que
guardaran silencio. Minutos luego, desde otro lugar, una alumna trató de
corregir al Normativo sobre todos los materiales para la evaluación.
"¿Acaso estás sorda? ¿Acaso pedí eso?". La alumna guardó silencio, no
miré ningún rostro y continué mi paseo alrededor de los pupitres. Al
rato, almorzaba con el Normativo en el restaurante de la universidad.
Abrí el táper que mi esposa me prepara para estas horas del día. Panes
con pollo más manzanos. El Normativo se pidió arroz, puré, pollo y un
vasito con gelatina roja. "Mira, Douglas, el problema de las ciencias
sociales y humanas es que no nos escuchamos".
Llamada
teléfonica tempranera. Lenin me pide que no me desmoralice. "Tu
exposición sobre el Characato deberá ser mejor", le digo. "Ya mandé el
correo sobre las lecturas. Halcón es así: una mierda cuando quiere
serlo". Por los pasillos del Posgrado, después del curso del Ensayista,
conversé unos minutos con mis amigos y les comenté que la oficina estaba
repartiendo el carné universitario. Prometieron libros, links, un mejor
seguimiento de mi próximo ensayo. Camino con Lenin hacia el paradero
del bus y trató de animarme. "Sinceramente, si me quiere reprobar, que
lo rehaga". Mi compañero sonríe y me cuenta sus planes para su
exposición del martes. "Suerte", le digo, sin prestarle mucha atención, y
me detengo en el paradero. Es hora de regresar a casa. "Pisadazo", me
grita mientras me despido.
Con
Kika, fue otra la experiencia. Reunidos ya todos los alumnos (las
clases tempraneras y la puntualidad son contradictorias), la profesora
decidió interrogarlos desde sus pupitres. No solo no habían cumplido con
presentar las tareas asignadas, sino que nadie había revisado las
lecturas para ese día. "Pérez, ¿qué nos dice la primera fuente?". "Este,
la fuente, acá dice que...". "La fuente, hijito, la fuente. ¿Estás en
clase". A su lado, la Hipocondríaca levanta la mano varios veces.
"Profesora, profesora...". Los alumnos respondían ante cada caminata de
Kika. "Estoy esperando que me digas, alumna Kanashiro... ¿Hasta qué hora
espero?". Durante toda una mañana, después de clases, Kika y yo
conversamos en un cafetín sobre su vida familiar, su futuro bebé y lo
preocupada que estaba por esta sección que le había tocado. "Algunos
casos clínicos", dijo, y no creo que me lo haya dicho a mí. "Palacios,
¿tienes ya la respuesta?". Conversé con los alumnos y les pedí que
revisaran con mayor calma las lecturas dejadas para hoy. La
Hipocondríaca respondía, un poco confusa y apresurada. Kika apuntó en un
cuaderno y continuó preguntando a los estudiantes de las últimas
carpetas. Silencio y algunas frases mal organizadas. "Gracias",
respondió, y regresó a su pupitre. "Douglas, por favor, puedes explicar
ese punto a los chicos". Mientras me acercaba a la pizarra, la
Hipocondríaca levantó la mano y trató de responder. Kika seguía mirando
el monitor de la computadora. Llegué con mucha cautela al frente de
todos y cogí los coloridos plumones. "Profesora, yo puedo responder...".
Kika se levantó y caminó hacia el tacho de basura. Arrojó plumones
gastados, papeles inservibles, empaquetaduras de golosinas. A lo lejos,
debía ya empezar con las explicaciones, aunque la Hipocondríaca seguía
con la mano levantada. "Esa chica quiere ser siempre el centro de
atención cada vez que se le antoja. Se desmaya, hay que levantarle las
piernas, sus amigas gritan", recordaba que me había dicho Kika ese día
en el cafetín. "Profesora, usted no me hace caso". "No eres la única en
esta clase". Salimos del aula, caminamos al cafetín y, cerca a la
pileta, me confesó estar agotada.
A
los días, la Panóptica la citó a su oficina. Una alumna, flacucha,
repitente, con acné, se había quejado. A los días, desde la ventana del
bus, un par de monjas continuaban conversando mientras un anciano les
pedía unas monedas.
Día
martes: salí tarde de casa, una repentina gripe de mi esposa, y llegué a
la universidad cuando Lenin ya exponía. Halcón lo observaba hablar
sobre el Characato. "Y aquí tengo unas notas hechas por una crítica de
Brasil...". Miraba a Halcón. Jugaba con un bultito naranja, se acomodaba
con cierto fastidio en su asiento. Si bien siempre había sido obeso,
ahora lo era más. Demasiada Coca Cola, mucho alfajor.Observé a este y a
su pequeña laptop. Lenin con sus ojos pequeños, diminutos, minúsculos,
perdidos en esos lentes negros. "Y ya acabo, por favor", hizo una broma.
Halcón de piedra, pensé. Tomábamos apuntes y tratamos de seguir el
ritmo barroco de Lenin sobre el Characato. Finalizó, por fin. "¿Alguna
pregunta?", dijo el Halcón, mientras recogía sus papeles dispersos sobre
el pupitre. Y sin esperar nada, "volvemos en 15 minutos para las dos
últimas exposiciones". Lenin se acercó al grupo, nos preguntó a cada
momento "qué tal, qué tal", y todos les decíamos "bien, bien", y hasta
el Tenista le dijo "lo que pasa es que tú quieres que te digamos 5
estrellas". Salí al pasillo, compré un libro en la librería de la
facultad y regresé. Al rato, KT expuso sobre el Intelectual Barato. Más
palabras, más palabras, revisiones, citas, comparaciones, colaciones,
síntesis, apuntes, papeles llenos de notas, y el rostro de Halcón, quien
jugaba con un bultito naranja, se acomodaba con cierto fastidio en su
asiento. Si bien siempre había sido obeso, ahora lo era más. Demasiada
Coca Cola, mucho alfajor... Finalizó KT y "¿Alguna pregunta", dijo
Halcón. Sin esperar a nadie, le dijo al Aymara: "Lamentablemente, te
toca apenas unos minutos de exposición". El Aymara habló para él, para
Halcón, y Halcón lo felicitó. Casi unos pocos minutos. "Tu exposición ha
sido buena. No como las otras, que, verdaderamente, han estado muy
mal".
Luego de un silencio inusual, Lenin levantó la mano, le interrogó, le espetó, le cuestionó sus criterios.
- Yo acá soy el profesor -le dijo, y dio por concluida la clase.
- Halcón conchadesumadre - soltó Lenin, a medida que lo veíamos alejarse casi jorobado, adusto.
- Halcón conchadesumadre - soltó Lenin, a medida que lo veíamos alejarse casi jorobado, adusto.
De regreso a casa, por más que le insistí sobre el carné universitario, el cobrador no me dio vuelto.