I
Una noche, viernes precisamente, luego de un día docente, me encontré al Teatrero durante una reunión informal en el conocido restaurante-bar Don Lucho, epicentro común de universitarios, intelectuales vedettes, bohemios desesperanzados, y poetas que jamás lograrán publicar sus diminutos versos. Entró sin prisa, acompañado de un hombre bastante mayor, se acomodaron en una de las últimas mesas del bar y pidieron cervezas. Mientras, a mi lado, el Villarreilino, expectante de acabar su dilatada carrera literaria, un profesor de su misma universidad, y un cineasta discreto, quienes cuestionaban con ardor las últimas elecciones presidenciales.
- Mira, es el Teatrero -me dijo el Villarreilino, de pronto-. Pásale la voz.
No hubo necesidad. A lontananza, el todavía profesor de Trilce se acercó de a pocos, mientras hacía escala en otras mesas y departía otros tragos, casi sin ánimo. Finalmente, ancló en la nuestra.
- ¡Hey, Douglas! -dijo, intentando ser cordial-. Qué dice la vida.
La primera vez que vi al Teatrero fue como juez. Circunspecto, inflexible, de voz impenitente: "¿Qué es la posmodernidad?"; "¿Te respondo en fácil o en difícil?", le pregunté con ironía, mientras la plana de Literatura de Trilce permanecía callada durante mi evaluación. "En fácil, pues", respondió, quitándose los lentes intelectuales. Luego, y con los meses transcurridos hasta hoy, aquella presencia se volvió irreconocible. ¿Qué había pasado con el Teatrero?
- Bueno, sabes que me renunciaron de Trilce.
- Sí, me enteré. Sabes -continuó, tosiendo por el humo del cigarro- yo también me voy de esa huevada.
Bebió un par de copas y, así como rápido apareció, se marchó, aunque esta vez feliz, convencido, embutido por el nuevo lote de poetas y pintores vedettes que acababan de llegar al Don Lucho. Luego, una moneda en la rockola y minutos de música que hablaban de amores rotos y sujetos a quienes han echado de sus casas. "Yo también me voy de esa huevada", volví a pensar, entre los vasos bebidos y las palabras del profesor de literatura, rendido ante el placer de enseñar un curso de literatura a literatos. Caminé al baño con una ligera cojera y observé en el espejo los meses ojerosos. El Teatrero no es el Teatrero aquí. Aquí deja de lado al histriónico y es apenas la simple carne y trozos de huesos, mente y baba, del estudiante de último año de pregrado en San Marcos, especializado en hablar de estudios culturales.
"Chicos, yo me voy retirando de Trilce. Más bien, y esto les confirmará la Dirección, la próxima semana llegará un nuevo profesor o profesora de literatura, y yo...". Esperaba un no se vaya, quédese, pero -luego de mirarse los unos a los otros- muchos pidieron al Teatrero, ese que apaga la luz a carcajadas, que enciende una radio con música gutural, que agita los brazos y hace muecas, a la vez que los alumnos lo señalan y se ríen.
Salí del baño y por allí rondaba míster Copé. Confundido, con un vaso en la mano y chalina que dejaba ver un par de labios resecos, me abordó con esa voz amanerada de miraflorino.
- ¡Hey, Douglas! - insistió.
- Hola.
A la manera de extraños en un tren, llegamos a una mesa donde le aguardaba una estudiante de literatura y conversamos, entre la premura del tiempo y el ruido de Abanto Morales, sobre mi nueva experiencia universitaria. "Mira, esa es una empresa. ¿Qué vas a investigar ahí? Voy, doy mi conocimiento y me pagan; y encima, no hay mucho que hacer. Debes aprender a poner cara de huevón, interés y seriedad, nada más". Nos despedimos, beso a la cándida universitaria, y di cuenta de varias llamadas perdidas de mi teléfono celular. Era el Rojo.
II
Sábado. Once de la noche. Mi novia se arreglaba el cabello largo y Santiago, mi gato, la observaba impasible desde la cubierta del televisor. Mortificada, se acomodaba el vestido negro y ceñido, mientras me arrojaba el periódico del día, la almohada y lapiceros.
- Eres un imbécil -me increpó-. Ya lo habías prometido.
Observaba el techo de mi dormitorio y solo oía, de a pocos, la suave pero constante llovizna que caía esa noche en Lima. La ventana transparente y decenas de niños jugando fútbol. Solo la luz de los postes permanecía extraviada y los ladridos de los perros se acercaban y presentaban los típicos ruidos del hambre. No, no quería. No; la cama, el colchón, la almohada, las sábanas, las mantas y las frazadas, las patas de madera, el televisor en technicolor y los adornos de ángeles fluían solitarios. No, no quería ir. El Padrino, el maíz dulce, el silencio de los muebles, los libros prestos a ser intervenidos. No, no quería ir.
- Está bien -respondí resignado. Caminé al ropero: un jean negro, una camisa gris, una corbata negra, decenas de monedas en el bolsillo y mi novia calzando sus tacones. Observé mi dormitorio por última vez y pensé lo triste que es dejar el líquido privado e íntimo del útero materno. "¿Tienes la tarjeta", "Sí"; "¿Tomaste la llave que estaba encima de la lap top?", "Sí"; "¿Llamaste a mi mamá y le dijiste que iremos sin ellos?", "Sí". "¿Sacaste al gato?", "Sí". "Sí". Antes de que mi novia llegara a vivir conmigo, mis medias apestaban, la cama era un torbellino matutino y mi dormitorio despedía un hedor que solía lidiar con perfumes y desodorantes de catálogo. Usualmente, mi madre solía gritarme y exclamaba, monda y lironda, la clase de hijo desordenado, impuntual e irresponsable en que me había convertido (pese a eso, me quiere mucho). Sin embargo, con la llegada de mi novia, las cosas mejoraron, al punto que ama a mi novia y me insiste sobre nuestra boda e hijos. Y si bien me vuelvo de a pocos un misántropo, y acudir a cumpleaños, matrimonios, reuniones de reencuentro, etc., se ha vuelto en actos que repudio en absoluto, por razones sencillas de deducir, fui incapaz de decirle "no" a mi novia esa tarde olvidable. "Amor, ¿iremos al quino de mi sobrina? Ya verás, irán Juan Carlos, Inés, años que no los ves; incluso una alumna tuya de la universidad esa donde enseñas. ¿No sabías que la Geraldine era tu alumna?".
Tomamos el taxi y llegamos temprano. Una mesa blanca, mozos solícitos, un parlanchín que hablaba y hablaba sobre las virtudes de la quinceañera frente al público. Saludamos a toda la familia de mi novia: tíos, primos, sobrinos, un profesor de razonamiento verbal que me invitó para enseñar en el colegio donde enseña ("Ya pe', cuándo bajas"), y la alumna esa de la que habló mi novia. Me saludó apenas y no me hizo caso. Me arrepentí de no haberla jalado.
Media hora luego, llegó la mamá de mi novia y sus hermanas. Siempre hablando las mismas rarezas: telenovelas, maquillajes, vestidos. A lo lejos, los mozos repartían jarras y platillos. Si bien pensaba que eso solucionaría las cosas, pues siempre es más llevadero recorrer el camino al Gólgota con un poco de cervezas, estaba bastante lejos de la razón. Era un "quino" evangélico; es decir, refrescos de coco en lugar de licor y Salmos en lugar de salsa de Óscar de León. "Debes aprender a poner cara de huevón, interés y seriedad, nada más", y bebía, mientras mi novia se perdía entre los danzarines de Salmos y lanzaba aleluyas. Solo deseaba estar en mi cama y contemplar a Al Pacino decir: "Estás fuera, Tom. No eres un consiglieri de guerra".
-¿Por qué no me dijiste que tu sobrina también era evangélica?
- Se me fue, amor. La Geraldine te reconoció. Dice que tu curso era aburrido.
Al rato, llegaron Juan Carlos e Inés.
- ¡Hey, Douglas Rubio, estás irreconocible!
III
Paro de transportistas ese miércoles 13. Feliz, pues de vacaciones solo importaba mi horario. Leer blogs de cine, revisar antiguas redacciones, culminar proyectos breves, y jugar con Santiago en la cama pese a que mi novia lo detesta. Llegó la noche, y cuando todo parecía la tranquilidad oceánica, el Rojo volvió a llamar.
- ¿Listo, Camarada?
- ...
No había podido recordar la promesa que le había hecho semanas atrás, después de sus insistentes llamadas: ser presentador, por segunda vez, del Doctor de la Sorbona. Me había acercado la novela del "Doc" un mañana dominical, prometió que me enviaría la invitación, el lugar y la fecha, que también pagaría el taxi de ida y vuelta, etc.; y cuando intenté leer el primer capítulo, pensé que su educación en tierras europeas le habían servido un carajo. Finalmente, entendí que era del tipo de novelas "donde era el mono quien se había comido a la banana". Una basura, una absoluta porquería.
- Pero no enviaste el lugar ni la invitación, y yo...
No quería ir. Luego, recordé las veces que el Rojo me recomendó para varios trabajos de edición. No quería ir. Luego, pensé en las ocasiones que el Rojo me invitó a conferencias, ponencias y congresos literarios. No quería ir, pero allí estaba, diciéndole a mi novia que se comiera sola el maíz, camisa y pantalón blanco, y el taxi salvador. Al llegar al edificio donde se presentaría el libro, cientos de adolescentes llegaron junto conmigo al auditorio principal. Caminé despacio, observando que la mesa estaba ya lista y uno de los presentadores había comenzado con su discurso feliz y bla bla bla... Di un recorrido breve entre las sillas, jóvenes y ancianos agrupados, todos con la novela de marras en las manos, y el Rojo me miró a lo lejos, haciéndome adiositos. "Ven, ven", con su mano, mientras ocupaba un asiento cercano a la mesa y veía mi nombre en el tarjetero.
A los minutos, percibí dos desgracias:
a. En mi silla, y el tarjetero con mi nombre, otro que no era yo.
b. Todos los presentadores eran profesores de la I.E. Trilce.
El Doctor de la Sorbona feliz, despreocupado, con el auditorio riendo gracias a las carcajadas y comentarios del Gramático. En sendos lados, el Historiador, el Filósofo, y el Elogioso. "Entonces, yo pensé, que, rayos... ¿qué pasaría si no leo esta novela ahora? Diría en el futuro, rayos, no he leído a este genio...". El Gramático: "El Doctor de la Sorbona sigue la tradición de Vargas Llosa, de Bryce, es uno de esos escritores jóvenes que merecen, de una vez, tener presencia en los libros de literatura peruana". El Rojo, aportó lo suyo: "Si uno de los problemas que tiene todo escritor es enganchar a su lector, el Doctor lo consigue y con creces"; mientras, yo, a un lado, junto a los profesores Trilce, casi fuera de la mesa, pues habían tantos presentadores como público. "Novela de mierda", pensaba, y el Historiador me revelaba, henchido y orgulloso, que enseñaba un par de horas en alguna universidad. El Filósofo: "Cuando el Doctor me llamó, desde Francia, dije, ¡guau!, otro libro; el Doctor ha escrito una novela policial al mejor estilo de Alonso Cueto y Santiago Roncagliolo. Es una novela que cuando la abres, una mano sale de entre las páginas y te coge del cuello y no te permite alejarte de ella". El Historiador: "Me agradó cómo se descubre al criminal, al final de la novela".
Estuve en silencio, cerca al micrófono, a la vez que el Rojo me presentaba como escritor, profesor, investigador y bla bla bla. Estuve callado, y miraba al Doc que también me miraba, sonriente, como esperando el elogio final, y a los otros profesores Trilce que permanecían revisando la novela, o bebiendo agua, o haciendo señas al público, pero ninguno mirándome.
- ¡Hey, Douglas Rubio!
Debes aprender a poner cara de huevón, interés y seriedad, nada más...
ya funko este blog. La gente quiere escandalo, no crisis existenciales. Mejor me voy a leer los post pelotudos de Faveron.
ResponderEliminarJajaja... y qué le voy a hacer. Yo escribo lo que deseo. Suerte con el fetiche del Celit.
ResponderEliminarEl deseo del deseo es el deseo del deseo del otro que deseaba que lo deseen porque el deseo... me salió bien? mierda, a marx le daria patatus
ResponderEliminarLo esperaba el público blogero. Uno escribe lo que quiere y que le gusta. Si al resto le gusta, está bien; si no, no importa.
ResponderEliminarMi querido Douglas,debo reconocer que este post me ha gustado sobre manera. Aprender a poner cara de huevón suele ser inevitable, más aún cuando conoces a varios teatreros. La maldita sensación de falta es a veces el único síntoma que tomamos en cuenta para abrazar la abulia, aunque a veces nos engañemos la vida no es más que rutinas, una siempre reemplaza a la otra. Si se pudiera eliminar de nuestra mente a seres insufribles quizás no tendríamos en que pensar, ni sobre que escribir, esa gente innecesaria es la que uno demora en olvidar y la única venganza posible a veces son los post.
ResponderEliminarJorge
Mi estimado ahijado, es necesario ser hipócrita en algún principio de nuestra vida profesional, porque eso te abre muchas puertas para el desarrollo de nuestra profesión. Después cuando ya seas un hombre muy reconocido por la gente de tu entorno, ya podrías darte el lujo de aceptar lo que más te convenga. Totalmente de acuerdo contigo. En cuanto a tu vida personal, tú ya sabes cómo es tu novia, la has conocido y aceptado tal como es, y ambos deben aceptarse tal como son. Que no podrán gustarte sus gustos, está bien, pero tú ya sabías de eso, y tienes que aceptarlo sin renegar.
ResponderEliminarpor siempre hipócrita...
ResponderEliminaro tal ves podrías buscarte a otra...novia?
ResponderEliminardigamos que encontrar quien caliente la cama no en muy difícil hoy en día...
Hola Duoglas, el relato habla de intelectuales que escriben y los que no van a publicar. Son dos escritores en el relato. El discurso se convina con hechos de la vida real, biográficos y la situación del artista en la modernidad. Estos datos son la cuna y la actualidad de la literatura peruana. Creo, que es narrado verosimilmente.
ResponderEliminarSiempre voy elogiar, tu prosa bien escrita, he especial me gustado el uso de los epítetos.
Hablas del Teatrero, Trilce, El historiador. Hay mucho humor, si lo hubieras puesto un poco de drama. Hubiera sido mejor. Un poco de poesía mejor. Un poco de polítca. Aun que hay esto, pero no esta explicito.
¿Y el comentario anterior quién lo escribió? ("convina") Mmmmm. ¿Pedagogía de la novela?
ResponderEliminarCreo que fue A. Córdova (a) Teatro.
ResponderEliminarHasta hace unos post, sospechaba que la gentita de Trilce leía mi blog (para bien o mal); con este último comentario, mis sospechas se confirman. Por otro lado, debo decir, lamentablemente, que ni es A. Córdova el comentarista aludido, ni mucho menos tiene como mote el conocido "Teatro". Mayor precisión para la próxima.
ResponderEliminarUyuyuy, se puso sabrosa la gentita Trilce. Jajaja... (borré tu comentario porque no me agrada que la gente se ande señalando sus defectos).
ResponderEliminarOk, pero acepta que "Puñal" es Gabriela lil-la-vieja.
ResponderEliminarcorección: Vil-la-vieja
ResponderEliminarCorrección, de la "corección".
ResponderEliminarTodos saben quién es ella. Pero no le puse "Puñal" por alguna cualidad metafísica. Son otras razones, y mucho más prosaicas. El ojo que juzga es el ojo que sufre.
ResponderEliminarJoin de yeux, join de coeur.
ResponderEliminarVillanueva, tú bien lo dices, ¿qué titulo profesional ostenta? ¿se sabe algo de eso?, sus alumnos la adoramos, pero ella no dice nada claro al respecto.
ResponderEliminarNi tiene por qué decirlo. Ella es querida por sus alumnos, gana su dinero en esa institución y parece inamovible. ¿Necesita un cartón para eso? Nada que ver. Bajo esa consigna, si se tuviera que exigir licenciatura (y hasta bachiller) a los profesores de Trilce, muchos se quedarían sin chamba, porque ni siquiera han acabado su carrera. Por eso, esa institución los explota con suma delicia.
ResponderEliminarSolo necesita ser pata (patana) de Noly. La versión de chisme, así ridículo , malentendido y malintencionado, Tano (trignometría), apañador oficial de patanes.. Cuídense de los dos.
ResponderEliminarOmar Nalvarte, profesor de literatura de trilce, bienvenido a mi blog.
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