sábado, 11 de abril de 2009

La vida es silbar

La tarde del 2 de junio de 2004 acudí con prisa al lavabo. Incliné el cuello, induje con mi dedo índice un mayor espasmo en el estómago, y devolví cerveza, cena, y alguna coloración verdosa atemorizante. Aunque sé que vomitar hace bien, no lo es cuando el presagio de aquello deviene gastritis (por lo menos, así lo dicen hasta ahora los médicos que me están revisando). Ingerí unas pastillas para la náusea, bebí mucha agua, encendí el televisor para descansar la cabeza y eludir el mareo, y opté por quedarme dormido. Dormir hace bien, también (Y Dios bendiga a quienes lo hacen sin mayor problema). A las horas, alguien me despertó. Somnoliento todavía, con la boca seca y los ojos rendidos, un rostro medio deforme me diría que la madre de mi mejor amigo había muerto. Traté de levantarme apesadumbrado y me vestí. Personalmente, siempre he creído que se hace bien en creer en la muerte. Tanto dolor o crímenes sin la menor lógica, a veces generan las ganas de que esto acabe pronto. O mejor, todavía: a pesar de que me convenzo de la muerte como un hecho natural, y de considerar la existencia como el tránsito obligado hacia un pozo ciego, en los meandros de mi inconsciente no puedo soportar la idea de la nada. En nuestra vida cotidiana tampoco, y más sobre todo cuando la Parca camina detrás tuyo; encima tuyo o por los alrededores de personas queridas. No creo en la muerte como el espacio donde uno parece flotar en el agujero del cosmos, sino más bien, la creo como el lugar construido como el paraíso, y por ende, el infierno podría ser mas estimulante. En el paraíso no hay deseos y estamos atrapados en el autismo. No es la vida el lugar que deseamos sea cruel (aunque sí lo es); sin embargo, cuando noticias como la de ese día te pezcan de casualidad, lo cierto es que uno se desespera y se aferra firmemente a la idea de que, después de todo, la vida mala es mejor que la muerte. No se lo expliqué de esa forma a mi reciente amigo huérfano cuando nos vimos los rostros esa noche sabatina, y tampoco me vi en la necesidad absurda de recordarle sobre el consuelo o que su madre ha pasado a mejor vida. Nada. Ante la muerte no hay mucho que decir y diversas sensaciones que reelaborar: a veces nos cansamos, y nos consuela la idea de que todo esto tendrá un fin: a puñal, o enfermedad; de manera natural o inducida, un buen día seremos ese espacio vacío del cosmos del que tanto hemos huido. Y allí es precisamente cuando empezamos a angustiarnos. Quise regresar a casa, abrazar a mi madre, y egoístamente, sentí respiro al saber que no era yo el que ahora está desconsolado, observando el ataúd de una mujer que lo acompañó desde que apenas abrió los ojos al mundo, y que jamás (salvo en sus sueños) volvería a ver.
Yo solo he optado, y por supuesto que no resulta, a silbar cuando todo empieza a irme mal. Como hoy, como ayer, como mañana. Aquel día de la muerte de la madre de mi amigo, un día antes, yo había tenido una borrachera feroz, mientras este la acompañaba a la clínica y la veía morir de un fulminante paro cardiaco. Yo disfrutaba y él lloraba. Lo curioso resulta entonces en que hemos estado en posiciones inversas, y que él aun sigue creyendo en la vida. No silba, no toma, no fuma. Sigue creyendo en la vida, en la esperanza, en el paraíso, y en ver a su madre en cada oración proferida. La gran diferencia es que él siempre cree en Dios. Yo también creo que existe Dios, pero no sé hasta qué punto creo en su capacidad de justicia.

jueves, 9 de abril de 2009

Un alto en el camino



No estaba animado a escribir más en este blog. Era solo un blog, ¿no? Una isla paradisiaca en el infierno voraz de nuestras queridas redes comunicacionales. No deseaba escribir por este medio, pues ya que, como decía alguna vieja canción, lo consideraba solo, y apenas, un mensaje en la botella. Un mensaje ínfimo navegando en las inmensas aguas de la tristeza. Ni yo mismo podría suponer a quién llegaría, con qué rapidez, cómo lo entendería, y si finalmente terminaría por leer y comprender cada oración mal escrita en cada post que les dedicaba (hasta ahora van solo uno). Aún así, heme aquí. Y heme aquí con toda la resistencia del mundo, pues estuve varias veces tentado a dar por clausurado este blog humilde pero de corazón grande, sencillo pero sincero, con virtudes, pero cuyos errores la hacen más honesta; y no solo porque poquísimas personas lo leerían, o que tal vez sería de mala suerte echar mis penas en un lugar público (originalmente habían dos post, pero tuve que borrar uno porque era demasiada honestidad), sino porque a veces no hay nada de qué hablar, o a quién criticar, y finalmente, no hay nada de qué acusarle al resto del mundo. Y no lo clausuré porque de pronto encontré a algunos (as) seguidores (as), que bien me hicieron pensar que tarde o temprano, más temprano que tarde, siempre tenemos a alguien quien nos va a leer. Esa es la esperanza de la comunicación. La fe ciega que le damos al mundo cuando nacemos, el amor total que entregamos a quien no conocemos, parte de nosotros que cedemos a pesar de que no haya, físicamente, nadie del otro lado. 

La comunicación se ha vuelto tan extraña estos últimos años. Internet, facebook, ringo, twitter, blogs, hi5, messenger, youtube, google... uf. Tanto que hacer y tan poco tiempo. Me pregunto si hay gente que todavía se detiene a mirar los últimos arco iris que empiezan a salir estos días primeros de otoño. O tal vez, habrá gente que puede quedarse quieta en la ventana y observar a las personas ir y venir, que no tenga que marcar tarjetas, que no tenga enamoradas o enamorados a quien decirle obligadamente "te amo", que no tenga que probarse la ropa de moda, que no tenga que cantar la canción de moda, que no tenga que hablar las palabras de moda, y que no tenga que admirar a quien está de moda. 

Ayer descansé un poco, y fumé un cigarrillo. Quisiera descansar un poco más y comprobar si la nicotina se introduce tanto hasta oscurecer mis pulmones. Mi alma le gana la partida, y sin haber aspirado nada de tabaco. Es curioso, había planeado hablar sobre otras cosas y demás, pero hoy me ganó esto. Supongo que será la última vez que lo haga, pero no puedo jurarlo. Hubo alguien por ahí quien me dijo que la razón de ser de los blogs era precisamente porque funcionan como mensajes sin ser leídos. Si Noé envió a una palomilla, yo envío un terodáctilo. Si la DHL tiene conexiones con España, yo lo tengo con Marte. Siempre estaré enviando botellas al mar, gritos en la arena amarilla de sol, sueños que se deshacen ante los tic tac posmodernos de la vida. Aunque a veces, es mejor el silencio y cerrar los ojos. Aun extraño los días en que todos podían oírse y hablarse. Y verse. Aun extraño los días en que todos eramos todos juntos. Y por ello distintos. Supongo que es la aceleración del planeta más su adverbio "más" más la máquina del goce capitalista. Si estamos en la ciudad, nadie nos mueve.  Y si estamos solos, a nadie debieramos llorar. COmo dice la canción, "prefiero el trapecio, para verlas venir en movimiento". 

PD: Si pueden ver "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos", pasen la voz.