viernes, 18 de diciembre de 2009

"Pero no quiero cantar solito, yo quiero un coro de pajaritos..."


Creo que he sido algo sarcástico, malhumorado, cínico y hasta grosero, y considero que he sido injusto. Injusto, porque me la he pasado observando defectos tanto míos como la gente que me rodea; cuestionando comportamientos, burlándome, hincando o trayendo a flote temas que debí olvidar; y a veces, nuevamente, pienso que he sido injusto. Injusto, porque así como tengo y tendré todas las razones del mundo para criticar a mucha gente que me apuñaló hasta atravesarme el corazón, debo también aceptar, reconocer, sacar en claro, y deslindar, de una vez por todas, que también tengo amigos. Es difícil ahora precisar nombres, señalar con pelos y señales de quién estoy hablando, o de quiénes estoy hablando; y más difícil verles las caras luego de que, espero, se dignen leer este post de reconciliación. Pero bueno, si algo queda de todos estos años (este post es la bienvenida a una etapa de mi vida que acabo de abandonar) es que la vida no solo me ha dado de las amargas, sino también, y muchas veces, me ha dado eso que uno necesita tanto cuando quiere llorar; insisto, amigos. Porque, ¿no es acaso cada amigo, como dice Ribeyro, una faceta de tu vida que dejarías de explorar si ellos se alejan?

Siendo el caso entonces, espero que quede sentado aquí cuál es mi rústica idea sobre ellos; y decirles que nada hubiera podido conseguir si no estaban allí, aunque sea para escuchar. Porque con algunos tengo tantos años de amistad, que me parece imposible no decirles gracias. Ergo.

Primero: a Dnt Glz; quien siempre estuvo ahí, mortificando y aconsejándome sobre qué pasos dar para no cometer peores deslices. No te preocupes, DNT GLZ, no le diré a nadie que esa noche en Huamachuco, querías dormir como sea en mi cama. Y tampoco le diré a nadie que roncas. Luego, a Jg Tn, a quien debo agradecer que cada línea que escribo no va a encontrar sosiego si es que él no da su aprobación. ¿Volverá alguna vez el narrador que habitaba impetuosamente en ese chico de pregrado quien me pasaba sus relatos con el candor propio del entusiasmo juvenil? A Mrn Prd, quien siempre me indica qué tan malo puede ser tomar cerveza con mujeres; El MAN: cada vez que una chica me rompía el corazón, allí estaba MRN PRD para recordarme que lo único que nos queda era volvernos cabros o curas. A Jv M, quien tuvo la paciencia y la pasión de leer palmo a palmo sábanas de páginas que le encargué que leyera. En una tarde de café, despeinado y concentrado en cada línea resaltada con plumón, Jv M me dio los mejores empleos de lo mucho que me falta por aprender en el juego de la literatura. A JC_Beatnik, con quien he compartido tremendas noches de grunge y cigarrillos. A Brn Ljndr; jovenzuelo al que siempre, cada cumpleaños, le regalo una novelita para que se distraiga en lugar de fumar esa cochinada que ahora ya no fuma. No te preocupes, Br: no le diré a nadie que subiste a mi cuarto con ese cigarrillo que hace reír y una enorme manzana roja para que no me horneara. A Mr Lpz; amigo del colegio, quien tuvo la mejor idea de invitarme al concierto de Soda Stereo completamente gratis. A Jg Zgl, a quien conozco hace poco y me sorprende los estados depresivos a los que suele llegar cada vez que una chica le dice que no. No te preocupes, Jg, no le diré a nadie que estás tan enamorado de esa chica, que prometiste darle tu riñón si ella te lo pidiera y tampoco diré a nadie que te gusta jugar más con tu play station que leer libros.

¿Amigas? Sí, las hay también. Cls Dstrf; morena, de rulos, joven y risueña, aunque no sé si sea necesariamente mi amiga. Hrl Cbll; quien cada vez que me siento pésimo me deja besarla sin mayor resistencia y con mucha felicidad. Ngrd; quien me acompaña al cine a ver películas gore y también se deja abrazar y besar, aunque en el paradero que la lleva a su casa; a Y2, una de las chicas más lindas que ha tocado mi puerta; a ROAM, quien la última vez que nos vimos me insultó: "¿Cómo alguien viejo y feo como tú se atreve a dejarme?" "¿Tú me dejas a mí? ¿A mí?". Y zuácate, se fue alegre, riéndose.

Finalmente, a Artr Tld, el mejor amigo ingrato y a quien ya no puedo ver. Artr Tld, es el único que puede darse el lujo de saber todo de mí: sabe mis peores defectos y aun así sigue siendo mi amigo. Pocos amigos quedan a quien le puedes contar todo y jamás verá defectos y siempre te acompañará hasta ver que te has quedado dormido.

Alguna vez, alguien me dijo que seleccione mejor mis amistades. Creo que en esta vida, uno no puede darse el lujo de perderlos. ¿A quién le contamos lo poco que nos sentimos sino es a ellos?

domingo, 18 de octubre de 2009

Las groupies en la literatura



La historia es bastante simple, aunque no por ello triste. Adviértase luego que, lejos de querer glorificar épocas, el motivo de este breve post se sirve como moraleja para algún incauto. Érase una vez, una rolliza estudiante de la universidad San Marcos que dedicaba sus noches insomnes a pensar cómo diablos hacer para ser estimada en el mundano universo de la literatura limeña. Joven, aplicada, pretenciosa, juzgavidas y calavera, creyó que tal vez las prácticas sexuales serían un estimulante camino que le depararía mejores frutos académicos. Y pudo tener razón; y pudo, además (y creo que lo está consiguiendo)alcanzar más razones para continuar en este ejercicio de entrepiernarse, aunque los frutos no hayan sido académicos, sino de cerebros quemados y desperdicios en el tranvía ovárico. Así, acudiría a presentaciones de libros literarios, a jornadas literarias, a entrevistas con escritores, a after shows donde el alcohol y la reducción moral es una postura obligatoria. En resumen: era la eterna groupie de cuanto evento académico se diera no solo en Lima, sino en su tierra natal (no digo el departamento, porque sería ya muy osado); aunque acá en la gran ciudad empezaría a ganarse de una fama de groupie que, creo, ni ella misma lo sabe. No puedo decir si continúa en sus prácticas; sin embargo, sí puedo decir que ella no es la única. Puedo decir además que siempre pensé que la academia reducía la vida licenciosa, pero lo único que hace es exacerbarla. Ergo: si tuviera alguna hija y entrara a la universidad, sería tan peligroso para mí como mandarla a la cárcel de mujeres.

Sé que toda esta reflexión es como construir un barco con papel de arroz. Sé que toda esta monserga no lleva a mucho (lo que digo ahora lo deben de saber casi todos los chicos y chicas universitarios), sin embargo, me parece curioso estar viendo esta conducta ahora que ya no soy estudiante universitario. De hecho, siempre fui un estudiante casi incógnito y mi círculo de amigos literatos era bastante reducido y forzadamente misógino. No habían mujeres, bebíamos mucho, cuando íbamos a discotecas nos sentíamos avergonzados, no asistíamos a ningún evento literario y menos aún, alguien nos invitaba a fiestas de literatos. Personalmente, me sentía raro ver cómo otros compañeros de aula tenían chicas a disposición y yo que siempre terminaba tomando en el mismo bar, con el mismo pata de siempre, hablando de lo que siempre anhelamos y no teníamos: mujeres. Bueno, para volver a esto de las groupies, yo recién descubrí las fiestas con literatos y con groupies (generalmente universitarias obnubiladas por su admiración a algún escritorzuelo o ensayista de cierto prestigio)desde hace dos años y no fue nada placentero sino escatológico. Recién pude observar de dónde salían, por qué lo hacían, con quién terminaban, y a qué se debía esa fama. Recién las conocí y vaya que no se reducen a una universidad y sí a varias.

Para variar: el fin de un evento literario en una universidad nacional limeña (prefiero no poner nombres, tampoco, aunque me muero de las ganas para que los chicos de esa universidad estén advertidos). Salimos en tropel; profesores, homenajeados en el evento, estudiantes devotos de esos profesores y de los homenajeados, paracaidistas gorrones de alcohol y, como siempre, las groupies. Su trabajo, como ya deben de saberlo muchos (yo soy uno de ellos), es sencillo. Bailan, toman, besan, y finalmente, se despiertan a tu lado y se visten sin escrúpulos. Eso sí: algo importante debes haber hecho para merecer su atención (sino, no serían groupies). Primero, mi caso: olvidemos a la groupie ejemplar que vino de tierras provincianas y afinquemos ahora en Lima, con una joven menor, con enamorado, a quien conocí en una de esas fiestas y que ahora visito cada cierto tiempo. Segundo, el caso del evento literario en la universidad nacional limeña: lo abrazó, lo besó, y se acostó. No sé cómo se llama (ni es importante) pero me recordó la primera vez que me acosté con una de ellas y lo fúnebre (y, está bien, estúpido) que es creer que este subgénero nocturno puede llegar a enamorarse. A lo más, se interesan un tiempo breve y luego su "radar love" les indica ahora el siguiente paso en su escalera de admiración. Es decir -para incidir en esto de su objeto de deseo-, puede ser un profesor; un estudiante riquillo, joven y con dinero; un escritor que acaba de publicar un libro o un crítico que acaba de llegar de Europa, etc. Lo más trágico, en todo caso, es que ellas pronto pueden sentenciar sus efímeros gustos y quedarse enganchadas forzadamente con su "hombre admirado" y todo por la presencia imprevista de una cigüeña que el preservativo (o la falta de él, mejor) no pudo evitar. Aún así, y a pesar de lo dicho, ellas no aprenden. Sé que hay "groupies" para todos los campos académicos y todas las esferas sociales (es más, el término "groupie" es oriundo de las "fans" que seguían en caravanas a sus bandas de rock favoritas para luego, terminar en un hotel con ellos) y sé que no se extinguen. Las seguiré viendo toda vez que acabe una presentación de libros, de eventos literarios, etc. y luego se camine hacia algún bar, aunque ahora lo que me producen es bostezo porque sé que siempre están por ahí, esperando dar el paso correcto, el vaso correcto, la persona indicada, aunque con ese afecto que apenas y dura un par de semanas. Siempre están ahí; intentando recuperar su autoestima sobre la base del sexo y las relaciones pasajeras; siempre están y espero que sigan estando por el bien de nosotros, el "sexo fuerte", aunque para ellas sea el estigma de una reputación que muchas veces, como quien arroja la espuma final de la cerveza en el vaso, acaba en el suelo.

lunes, 7 de septiembre de 2009

INTERLUDIO


Estos primeros días de octubre de los corrientes, entre Huarás y Lima, se llevará a cabo un coloquio a propósito de la obra del narrador, poeta y ensayista, Marco Yauri Montero. A todos los interesados, pueden visitar la página web del evento: coloquio-homenaje-yauri.blogspot.com; organizado por la Universidad Federico Villarreal y la UNASAM, de Huarás, para enviar sus respectivas ponencias de participación o como público asistente.

domingo, 21 de junio de 2009

El ataque del chico cocodrilo


El año pasado, terminada la presentación de Paul Newman... en la universidad Villarreal, se me aparecieron, como a San Pablo en el camino de Damasco, dos certezas: que mi presencia en el parnaso era más bien arrabalero (o si se desea, el auditorio estuvo casi vacío) y que parte de mi alocución se sostuvo en agresiones gratuitas hacia el público presente y comentarios insólitos sobre mi propio libro. Lo simpático del asunto es que no recuerdo nada de lo que luego me dirían mis camaradas ("Te la pasaste ofendiendo al público"; "Eres un maleducado"; "¿Qué tienes contra Mirko Lauer?", "Eres más tarado para hablar", etcétera y demás frescas). Puede ser cierto; y no niego que me jodió que el auditorio haya estado casi vacío, que algunos amigos míos antes de la presentación se hayan estado riendo de las largas filas de sillas sin gente, que los profesores invitados sentados bien adelante hayan aprovechado dormir mientras uno de los presentadores de mi libro se esmeraba en relacionar mis relatos con teorías narratológicas; y que al final, terminada la jornada y muerto el combatiente, unos pocos, poquísimos, se hayan dignado en comprar mi librito. ¿Agresión? Puede ser cierto. Cuando me tocó hablar, como diciéndome "¿Qué sentido tiene hablar algo coherente ahora?", me la pasé haciendo referencias a libros antiguos, a mis primeras lecturas, a recordarles a la pequeña masa de presentes que mis relatos no tienen nada que ver con lo que se creía que tenían que ver, sino con parte de mi infancia, de mi admiración por libros sin ninguna conexión con mis relatos, y que al final de la partida, uno no es tanto lo que escribe, sino que hay algo más en eso que escribe. Y eso es uno. Como sea, minutos luego, mientras conversábamos en algún bar del centro de Lima, mis amigos, como siempre, se encargarían de demostrarme las estupideces que dije, con argumentos, teorías, y testimonios muy bien sustentados. Pasadas las horas, un poco ebrio, regresé a casa, y caminé mortificado hacia mi cuarto, pensando en las pocas veces que suelo tener razón (¡Qué suerte tienen mis amigos de tener siempre la razón!).

A los meses venideros, hace pocos días nomás, en un lujoso local de Miraflores, me tocó ahora a mí hacerla de presentador. Con motivo de El dilema, novela de Luz Grau (bisnieta del "Caballero de los Mares"), se me invitó a presentar un libro cuya historia se basa, según la autora, en la representación de un mundo despreocupado por su futuro. Sin embargo, cuando lo leí (y de eso me encargué de dejarlo en claro cuando escribí la contraportada del libro; que, dicho sea de paso, a mucha gente le pareció lo único interesante del libro), me pareció más bien la historia de una mujer aburrida de su vida y que anhelaba algún espacio dónde sustentar sus fantasías y deseos; y qué mejor motivo para esto que recrear la existencia de un amenazador futuro apocalíptico donde ella tenía el deber, cual Arca de Noé, de salvar a su familia y a los pocos insensatos que quisieran acompañarla, del derrumbe ecológico del planeta. "¡Bah!", pensé, pero no lo dije; pero sí dije que era también el tema de una mujer ahogada en un matrimonio aburrido, hastiada de una familia que a veces no la entiende, y que tal vez por eso -solo por eso- buscó el pretexto perfecto e idealizar un universo lejano, paradisíaco, donde encontrar cobijo y salvar a su familia no del fin del mundo, sino de un lugar donde logre por fin ser feliz ella con su familia. Hable un poco de esto, un poco de aquello, sobre Isabel Allende, sobre el problema de la mujer en un mundo tan machista, etc.; y al final, el brindis de honor.

Sonrisas del respetable, fotos con la autora, conversaciones casuales con el público presente, y regresé a casa, dormí la noche sin mayor problema, y luego, al día siguiente, apenas iniciada las primeras horas del día (debo advertir que mi madre es enfermera particular de la escritora referida y por eso el contacto) mi madre llamaría por teléfono, y me diría a boca de jarro: "¿Acaso no te has dado cuenta de la sarta de estupideces que has dicho ayer?". Sin mucho mutis, me dijo lo mismo que mis amigos durante la presentación de mi libro. Que había sido agresivo, que había hecho quedar mal a la autora, que nada de lo que dije se ajustaba a lo que la autora había querido decir en su libro, etc. Resulta que doña Luz Grau se había quejado ante mi madre de mi alocución, porque, según ella, jamás había escrito una novela "oscura", y que su visión del mundo era más bien "optimista", y que siempre había amado a su esposo, y que jamás tuvo una familia disfuncional, etc. "'Acaso no te has dado cuenta de la sarta de estupideces", y me colgó el teléfono.

Que mi madre diga también que hablo estupideces ya es bastante grave entonces ¿O acaso no sería lo mejor? Lo peor, en todo caso, es que me hubiera llamado para decirme lo bien que hablé y etc. En fin, de lo único que me he enterado es que estoy siendo muy agresivo últimamente. Necesito urgente el diván.

sábado, 11 de abril de 2009

La vida es silbar

La tarde del 2 de junio de 2004 acudí con prisa al lavabo. Incliné el cuello, induje con mi dedo índice un mayor espasmo en el estómago, y devolví cerveza, cena, y alguna coloración verdosa atemorizante. Aunque sé que vomitar hace bien, no lo es cuando el presagio de aquello deviene gastritis (por lo menos, así lo dicen hasta ahora los médicos que me están revisando). Ingerí unas pastillas para la náusea, bebí mucha agua, encendí el televisor para descansar la cabeza y eludir el mareo, y opté por quedarme dormido. Dormir hace bien, también (Y Dios bendiga a quienes lo hacen sin mayor problema). A las horas, alguien me despertó. Somnoliento todavía, con la boca seca y los ojos rendidos, un rostro medio deforme me diría que la madre de mi mejor amigo había muerto. Traté de levantarme apesadumbrado y me vestí. Personalmente, siempre he creído que se hace bien en creer en la muerte. Tanto dolor o crímenes sin la menor lógica, a veces generan las ganas de que esto acabe pronto. O mejor, todavía: a pesar de que me convenzo de la muerte como un hecho natural, y de considerar la existencia como el tránsito obligado hacia un pozo ciego, en los meandros de mi inconsciente no puedo soportar la idea de la nada. En nuestra vida cotidiana tampoco, y más sobre todo cuando la Parca camina detrás tuyo; encima tuyo o por los alrededores de personas queridas. No creo en la muerte como el espacio donde uno parece flotar en el agujero del cosmos, sino más bien, la creo como el lugar construido como el paraíso, y por ende, el infierno podría ser mas estimulante. En el paraíso no hay deseos y estamos atrapados en el autismo. No es la vida el lugar que deseamos sea cruel (aunque sí lo es); sin embargo, cuando noticias como la de ese día te pezcan de casualidad, lo cierto es que uno se desespera y se aferra firmemente a la idea de que, después de todo, la vida mala es mejor que la muerte. No se lo expliqué de esa forma a mi reciente amigo huérfano cuando nos vimos los rostros esa noche sabatina, y tampoco me vi en la necesidad absurda de recordarle sobre el consuelo o que su madre ha pasado a mejor vida. Nada. Ante la muerte no hay mucho que decir y diversas sensaciones que reelaborar: a veces nos cansamos, y nos consuela la idea de que todo esto tendrá un fin: a puñal, o enfermedad; de manera natural o inducida, un buen día seremos ese espacio vacío del cosmos del que tanto hemos huido. Y allí es precisamente cuando empezamos a angustiarnos. Quise regresar a casa, abrazar a mi madre, y egoístamente, sentí respiro al saber que no era yo el que ahora está desconsolado, observando el ataúd de una mujer que lo acompañó desde que apenas abrió los ojos al mundo, y que jamás (salvo en sus sueños) volvería a ver.
Yo solo he optado, y por supuesto que no resulta, a silbar cuando todo empieza a irme mal. Como hoy, como ayer, como mañana. Aquel día de la muerte de la madre de mi amigo, un día antes, yo había tenido una borrachera feroz, mientras este la acompañaba a la clínica y la veía morir de un fulminante paro cardiaco. Yo disfrutaba y él lloraba. Lo curioso resulta entonces en que hemos estado en posiciones inversas, y que él aun sigue creyendo en la vida. No silba, no toma, no fuma. Sigue creyendo en la vida, en la esperanza, en el paraíso, y en ver a su madre en cada oración proferida. La gran diferencia es que él siempre cree en Dios. Yo también creo que existe Dios, pero no sé hasta qué punto creo en su capacidad de justicia.

jueves, 9 de abril de 2009

Un alto en el camino



No estaba animado a escribir más en este blog. Era solo un blog, ¿no? Una isla paradisiaca en el infierno voraz de nuestras queridas redes comunicacionales. No deseaba escribir por este medio, pues ya que, como decía alguna vieja canción, lo consideraba solo, y apenas, un mensaje en la botella. Un mensaje ínfimo navegando en las inmensas aguas de la tristeza. Ni yo mismo podría suponer a quién llegaría, con qué rapidez, cómo lo entendería, y si finalmente terminaría por leer y comprender cada oración mal escrita en cada post que les dedicaba (hasta ahora van solo uno). Aún así, heme aquí. Y heme aquí con toda la resistencia del mundo, pues estuve varias veces tentado a dar por clausurado este blog humilde pero de corazón grande, sencillo pero sincero, con virtudes, pero cuyos errores la hacen más honesta; y no solo porque poquísimas personas lo leerían, o que tal vez sería de mala suerte echar mis penas en un lugar público (originalmente habían dos post, pero tuve que borrar uno porque era demasiada honestidad), sino porque a veces no hay nada de qué hablar, o a quién criticar, y finalmente, no hay nada de qué acusarle al resto del mundo. Y no lo clausuré porque de pronto encontré a algunos (as) seguidores (as), que bien me hicieron pensar que tarde o temprano, más temprano que tarde, siempre tenemos a alguien quien nos va a leer. Esa es la esperanza de la comunicación. La fe ciega que le damos al mundo cuando nacemos, el amor total que entregamos a quien no conocemos, parte de nosotros que cedemos a pesar de que no haya, físicamente, nadie del otro lado. 

La comunicación se ha vuelto tan extraña estos últimos años. Internet, facebook, ringo, twitter, blogs, hi5, messenger, youtube, google... uf. Tanto que hacer y tan poco tiempo. Me pregunto si hay gente que todavía se detiene a mirar los últimos arco iris que empiezan a salir estos días primeros de otoño. O tal vez, habrá gente que puede quedarse quieta en la ventana y observar a las personas ir y venir, que no tenga que marcar tarjetas, que no tenga enamoradas o enamorados a quien decirle obligadamente "te amo", que no tenga que probarse la ropa de moda, que no tenga que cantar la canción de moda, que no tenga que hablar las palabras de moda, y que no tenga que admirar a quien está de moda. 

Ayer descansé un poco, y fumé un cigarrillo. Quisiera descansar un poco más y comprobar si la nicotina se introduce tanto hasta oscurecer mis pulmones. Mi alma le gana la partida, y sin haber aspirado nada de tabaco. Es curioso, había planeado hablar sobre otras cosas y demás, pero hoy me ganó esto. Supongo que será la última vez que lo haga, pero no puedo jurarlo. Hubo alguien por ahí quien me dijo que la razón de ser de los blogs era precisamente porque funcionan como mensajes sin ser leídos. Si Noé envió a una palomilla, yo envío un terodáctilo. Si la DHL tiene conexiones con España, yo lo tengo con Marte. Siempre estaré enviando botellas al mar, gritos en la arena amarilla de sol, sueños que se deshacen ante los tic tac posmodernos de la vida. Aunque a veces, es mejor el silencio y cerrar los ojos. Aun extraño los días en que todos podían oírse y hablarse. Y verse. Aun extraño los días en que todos eramos todos juntos. Y por ello distintos. Supongo que es la aceleración del planeta más su adverbio "más" más la máquina del goce capitalista. Si estamos en la ciudad, nadie nos mueve.  Y si estamos solos, a nadie debieramos llorar. COmo dice la canción, "prefiero el trapecio, para verlas venir en movimiento". 

PD: Si pueden ver "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos", pasen la voz. 

domingo, 1 de marzo de 2009

Loser


Como tengo sentimientos encontrados con este post, pues lo he borrado. Basta decir, en todo caso, que habla de un loser que se cree loser que se siente loser y a quien todos miran como loser. That's enought for me. Thanks. 

sábado, 21 de febrero de 2009

Ese San Valentín persecutor


Curioso. Escuchar a Diego Vasallo ayer por la noche, me hizo recordar un asunto que tengo pendiente desde años (32 exactamente) y que así, de buenas a primeras, me diera cuenta en uno de esos días en que me senté a ver una película en la soledad de mi sofá casi sin resortes: el famosísimo Día de San Valentín. Bueno, el asunto no podría ser muy crítico. En Camerún, por ejemplo, se acaban de tirar abajo su último cinematógrafo; es decir, películas en casa, DVD en casa, maíz saltarín en casa, gaseosa en casa, sexo en casa, y ya, pobres africanos. Aunque luego de recordar Baño de Damas, Un Marciano Llamado Deseo y La Gran Sangre (visto esta última con alguna ex enamorada, mezcla tercermundista de Frida Kahlo, Simone de Beauvoir y Linda Lovelace), pues a veces dan ganas de tirarse abajo esos cines por tamaña impudicia. Igual, no padezco enfermedad mortal, ni he perdido un brazo o una pierna (y no lo quiera Dios), y hasta ahora a nadie de mi círculo más íntimo y querido le han crecido alas. Podría ser entonces peor, mucho peor, si todos esos pathos aparecieran, juntos o uno a uno, pues eso sí arruinaría mi vida (más que un simple día sin nadie a quien abrazar ni bebés calzonudos que arrojan flechas como apache), terminando mis días de soltero en alguna crónica roja de esos periódicos de 50 céntimos que sirven finalmente para envolver pescado (gracias Toño Cisneros). Es por eso que en este año decidí mostrar la cara y atravesar mi propio fantasma, como dice Lacan, con la esperanza de saber qué rayos pasa por mi cabeza, o en la cabeza de ellas. Vano intento que duró apenas unas semanas, pues en la última ad portas del San Valentín, me dio pánico, y urdí rápidamente un plan de contingencia, de esos que hay que jalar cuando la primera cuerda del paracaídas falla. Entonces, me prometí ese día leer otro manual. Entonces bebí café, tomé dos alprazolam, dos bromazepam, un pomo de cerveza, un paquete de 2 soles de Lucky Strike, y ya, había organizado las provisiones suficientes como para resistir esas maratónicas 24 horas que duraría ese 14 de febrero y acondicionar mi cerebro viendo Luna de hiel, de Polanski. Pero debo confesar que no me sentí del todo cómodo; es decir, sí estaba cómodo viendo a Hugh Grant (prometo hablar de ese actor en algún momento) y a la Scott Thomas siendo seducidos por un inválido y por una, ejem, ¿loca?; encendiendo el cigarrillo como lo haría un galán del cine clásico norteamericano frente a la tele, y hundiéndome en el sofá ante cada segundo de proyección. No hubo llamadas al celular; menos al teléfono fijo. Y así, pensaba, que dentro de poco sería domingo y ¡juaz!, se iría ese sábado negro y los meses venideros vendrían con sus fiestas colectivas. No quisiera que se me malinterprete: no es que sea un loser irremediable, sino es que, para mi mala suerte, esa fecha de febrero, como se habrán dado cuenta, suelo pasarla asquerosamente sin nadie. A veces he creído que entre mis ex-girlfriends complotan para hacerme más miserable ese día, pues suelen terminar la relación (previa infidelidad de ellas, por supuesto) mucho antes del 14 de febrero. Y en el peor de los casos, cuando algunas duraron imprevisiblemente hasta abril o marzo, prefirieron ausentarse justo ese día con pretextos realmente deplorables: "Cumpleaños de mi hermana"; "No creo en esas tonterías"; "Para mí, todos los días son San Valentín". O en el peor de los casos, el premio consuelo era una breve y casi susurrante llamada de medianoche ("hola mi amor, ¿cómo estás? Son mis padres, no me dejaban salir hasta esa tarde"). Un buen ejercicio es no creer tanto en lo que dicen ellas; otro, es hacerles creer que les creíste, y un mejor ejercicio es establecer un patrón común en cada uno de sus pretextos, porque si te dejan antes de San Valentín, o no están contigo en San Valentín, no es necesariamente porque todas ellas, en conjunto, sean tremendas fichas rojas. Todo lo contrario. La soledad de ese día me hace recordar que soy un completo inútil en esas lides del cortejo, o peor, y eso sí es más grave, mi talento sexual debe ya reclamar por un manual gratis del Kamasutra.  Y es gracias a esta tragedia griega que ocurre una vez al año, que he ahorrado regalos, tarjetas sentidas de amor, perfumes de catálogo que alguna amiga de mi mamá me ofrece días antes; y entradas de cine para ver películas de finales felices. Con todo, sé que vendrán más 14 de febreros, y que cada uno de esos días pues me esmeraré en ordenar más el sofá y preparar las mismas provisiones; aunque me temo que a cada año venido, a cada relación rota, y a cada regalo ahorrado, pues mi paciencia se irá reduciendo, hasta creer, verdaderamente, que no tendré más opción que secuestrar a mi ocasional pareja, o hacerla durar hasta el 15 de febrero, y luego decirle en su cara lo puta que es. Y que me devuelva el regalo, me devuelva mis palabras de afecto, y las horas perdidas mientras le decía te amo. Cosa sencilla, por cierto, en estos días posmodernos. ¿O será que ya me he vuelto un descreído? En fin, lo único realmente valioso de este comentario es que ya no habrá más cine en Camerún. Me imagino que se convertirán, como sucedió en Lima en algún momento, en templos religiosos brasileños. Tal vez sea hora de ir un rato a esos auditorios teatrales gigantescos y buscar alguna ilusa con baja autoestima. See you soon.